La cuarta etapa comienza rodeando el estuario del río Beluso para encaminarse, en medio de una feraz vegetación ribereña a la localidad de Taragoña, con su esbelto templo y su casa rectoral. El peregrino prosigue después por la orilla y, cruzando la desembocadura del río Te, alcanza los restos del castillo medieval de A Lúa. La villa literaria de Rianxo está a un tiro de piedra. El solar natal de Castelao, Manuel Antonio, Dieste y otros notables escritores conserva un hermoso casco antiguo en el que destaca la iglesia de Santa Columba y el pazo de Martelo.

El peregrino abandona Rianxo buscando la desembocadura del río Ulla, que funde sus aguas en la ría arosana. Prosigue por las pintorescas localidades de Abuín y Leiro (con un destacado templo parroquial) para dirigirse por el interior hacia la parroquia de Isorna. El núcleo parroquial destaca por su notable templo y dos cruceiros que se alzan en las cercanías. Isorna fue el lugar de origen de uno de los arzobispos compostelanos, Álvaro Núñez de Isorna (1370-1448). En este tranquilo entorno finaliza la cuarta etapa.

La Leyenda del Castillo

El Castelo da Lúa fue edificado por los caballeros de la Orden del Temple, quienes estuvieron envueltos en numerosos conflictos con los nobles de la zona. En uno de estos enfrentamientos, los templarios tomaron como prisionera a una hermosa doncella, hija del señor feudal que había sido humillado con la derrota. En la misma prisión del castillo se encontraba uno de los caballeros derrotados, que se recuperaba de sus heridas después de defender a la doncella, de la que estaba profunda-mente enamorado. Ella correspondía este sentimiento, por lo que una vez curado, y con la ayuda de un mesnadero, los dos amantes escaparon del castillo a través de unos pasadizos para embarcarse en un bote por la ría. De repente, los centinelas advirtieron su huida, y atravesaron con flechas el pecho del valiente caballero, que cayó muerto al mar.

Ante tal desgracia, la doncella se lanzó a las aguas tras él, presa de la desesperación. Al día siguiente, las olas transportaron hasta la playa los cuerpos de los enamorados, aún abrazados, y el jefe templario les dio sepultura en una de las torres interiores del castillo. Según la leyenda, a partir de entonces, todas las noches de luna, sus rayos iluminan la sepultura de los amantes.